Sueño con despertar a tu lado

"Tumbado sobre la frágil hierba verde, sintiendo la suave brisa deslizándose por todo mi cuerpo, me encontraba allí, en aquel lugar recóndito, imbuido por una magia misteriosa que la naturaleza le había dotado, contemplando uno de los mayores espectáculos de la naturaleza, que por desgracia pocos se percatan de él. Observaba con gran asombro la transición entre el día y la noche, los fuertes contrastes de colores mientras el Sol desaparecía en el horizonte, la aparición de las estrellas, aquellas que siempre nos observan y que nos bendicen con sus cálidas luces para alumbrar nuestro camino.

Aquel atardecer era único y, a la vez, especial. Aquel era diferente de los otros.

No me sobresalté cuando escuché unas pisadas que se dirigían a este mágico lugar. Poco a poco, fui incorporándome para levantarme. Una vez de pie, continué mirando el atardecer, apreciando cada detalle de aquel espectáculo, hasta que escuché como aquellas pisadas se detenían. Entonces me giré... y la vi.

Allí estaba ella, aquella musa que se presentaba ante mi, aquella diosa que me mostraba toda su belleza. Allí estaba aquella persona que había conseguido cautivar mi corazón, aquel ser que con su mirada y su forma de ser había conseguido palidecer todos los males que mi corazón albergaba.

Nos miramos fijamente, haciendo que nuestros ojos entraran en contacto. Pudimos sentir como el tiempo avanzaba más lentamente. Sin duda, el ambiente mágico que poseía aquel lugar ensalzaba aquella belleza que se mostraba ante mis ojos. La brisa mecía su cabellera sobre sus hombros, su figura contrastaba con los colores que en aquel momento tenía el cielo. Gracias a sus ojos podía sentir su gran espíritu por la vida, su pasión por vivir.

Como por arte de magia, mis piernas comenzaron a avanzar y lo mismo ocurrió con las suyas hasta que, al fin, ambos nos detuvimos enfrente de cada uno. Estábamos cara a cara, con una gran sonrisa en cada rostro.

Acto seguido, cerramos los ojos juntando nuestras frentes; nos cogimos de la mano para que pudiéramos sentir el contacto de nuestra piel. No hacían falta las palabras para expresar lo que ambos sentíamos. Dejamos que la brisa que corría nos acariciara, dejamos pasar el tiempo, pues ¿de qué importaba?

Volvimos a abrir los ojos y, cogidos de la mano, nos sentamos. Una vez en el suelo, ella, con toda la delicadeza que una persona pudiera tener, apoyó su cabeza en mi hombro, y yo, saboreando aquel momento, apoyé la mía junto a su cabeza. Nos quedamos contemplando aquel atardecer mágico, un atardecer que sólo aparece en aquellos momentos especiales, en los que dos personas deciden amarse para siempre y formar parte de sus vidas"