Calíope (II)
"Continuación de la historia de Calíope, un trasfondo realizado para una partida de rol ambientada en el universo de 'Dragon Age'. La primera parte la podéis encontrar aquí. Calíope es una maga un tanto peculiar cuyo origen está marcado por un misterio incomprensible para la mayoría de seres vivos. Nadie excepto ella sabe lo que le pasa por la cabeza... ¿o quizá me esté equivocando?"
Resulta extraño, ¿verdad? Abrir los ojos como cualquier otro día, con los brazos extendidos hacia los costados, como si de una estrella se tratase, y con un pie suspendido en el aire, buscando un escalón invisible, que de antemano os aseguro no hay, y el otro aguantando el peso de mi cuerpo. Enfrente de mí la caída más estrepitosa que cualquier humano, elfo o enano pudiese sufrir. Y desde tal altura, dudo mucho que el mar pudiese frenarme, por no decir la absoluta posibilidad de romperme todos los huesos con las afiladas rocas.
Extravagante, ¿no es así? Por supuesto que lo es. ¿Qué persona no lo consideraría así? ¿Que es eso de irte a la cama y despertarte bajo el interesante sonido de las olas romperse contra la pared de roca justo al borde del acantilado? Pues sabed que eso es algo que me pasa muy a menudo (aunque es cierto, que hacía tiempo que no me pasaba). Y no, quitaos de la cabeza la estúpida posibilidad de que sea malabarista.
- Kese'Kan, ¿otra vez lo mismo? Siempre haces igual. Te he dicho muchas veces que matarme no arreglaría las cosas.
Árboles zarandeados por el viento.
Curiosamente esta vez era diferente. No había acantilado con aguas bravas, sino tierra. Tierra firme, de la que se labra o de la que se hacen caminos de piedra para que unos cuantos personajes disfrazados de forma ridícula anden por ella desprendiendo aires de grandeza. De por si, no me dan miedo las alturas, no es la primera vez que me pasa este fenómeno, aunque una no termina de acostumbrarse a lo irónico que resulta el destino o el azar o algún dios que ha decidido jugar una partida de "Cómo fastidiar celestialmente a un ser humano de la forma más impensable posible" (Sí, lo sé, un título demasiado grande para un juego y dudo mucho que los dioses tengan algo así, pero ¿y si, sí?).
Tampoco me encontraba al borde un acantilado, el lugar era completamente diferente. Un edificio. Y no uno cualquiera, no. "Una enorme fortaleza de guardas grises" recordé. Era la segunda fortaleza más grande que había contemplado, la primera, el lugar de dónde procedo, un espacio que permanecía oculto a simple vista.
Qué irónico resultaba todo.
¿Cómo?¿Que no habéis entendido ni la mitad de lo que he dicho? Comprensible, es algo normal. Hasta yo mismo lo reconozco, pero que le voy a hacer. Aún así, no voy a dejaros con esta sensación de incertidumbre y os lo explicaré todo, en la medida de lo posible.
Me llaman Calíope, pero tengo otro nombre: Kathryne. Tal fue el nombre que mi madre me puso. ¿Por qué hice el cambio? Se le ocurrió en una milésima de segundo a mi ángel, ya que le pareció que era lo mejor, pero ya llegaremos a ese punto y quizá entendáis los motivos. Y si no, no es problema mío.
Antes de que Claudio me "salvase" de la muchedumbre, me ofreciese la posibilidad de unirme a su banda de locos y mucho antes de que iniciase mis andaduras por las tierras que conforman nuestro mundo y sobreviviese a las catástrofes que casi destruyen lo que todos conocíamos, yo vivía "en paz y armonía" en mi hogar, una grandiosa fortaleza, al borde de un acantilado, en mitad de ningún sitio, totalmente despreocupada a lo que había fuera. Era un placer vivir atrapada entre más de cuatro paredes de piedra adornadas con centenares de puertas que conducían a muchos callejones sin salida y a pocas salas de provecho y con pocas personas con las que mantener conversaciones medianamente decentes. Pero a mal tiempo, buena cara.
Crecí entre sus murallas y pasaba la mayor parte del tiempo en su gigantesca biblioteca, equipada con tantos libros que era difícil contarlos con los dedos. Historia antigua, relatos de fantasía, tomos antiguos tapados por el polvo, incluso lecturas ininteligibles, cuyo conocimiento me resultaba imposible de comprender. Mis favoritas eran las que tenían coloridas ilustraciones de fantásticos paisajes y lugares recónditos que te invitaban a ser descubiertos. Desde que leía y releía esos libros, soñaba con visitar esos lugares y en más de una ocasión intenté escaparme, en vano. A medida que crecía, esos sueños infantiles se desvanecieron por completo y en mi interior nacía la creencia de que era mi progenitora quien evitaba que me fugara. ¿Cómo lo hacía? Lo desconozco por completo.
Como habréis supuesto, no era la única en aquel lugar. ¿Cómo una niña como yo por aquel entonces podría mantener ella sola un lugar gigantesco como ese? Junto a mi, tenía una especie de familia numerosa. Una madre y siete hermanos. Aunque si os digo la verdad, pasaba más tiempo con Astianacte y mi madre que con el resto de mis hermanos. Cuando ellos estaban, era siempre un tiempo agradable y era una lástima que no durase eternamente. Suspiraba cuando se marchaban y los días pasaban sin tener noticias de ellos.
Tanto mi hermano como yo éramos los únicos a los que nuestra madre no nos dejaba salir de la fortaleza y eso que no fueron pocos los intentos de fuga por ver el mundo exterior, pero justo cuando decidíamos hacerlo, la fortaleza parecía cobrar vida y lo que antes eran pasadizos conocidos, se convertían en un laberinto cuya entrada era su única salida.
Nuestra madre nunca nos decía la razón por la cual no nos dejaba salir, simplemente "aún no estábamos preparados". Frases similares era lo único que sacábamos en claro. Nuestros otros hermanos, cuando aparecían después de semanas e incluso meses, tampoco nos ayudaban.
- Ya llegará vuestro momento.- decían. Mi hermano Astianacte les seguía el juego y trataba de descubrir las respuestas, en cambio yo, desistí. Nunca me gustó que me hicieran esperar. Lo que no me interesaba o no me aportaba nada en absoluto, lo ignoraba por completo.
Antes de continuar, dejad que hable de mi familia. Nuestra madre, Ébano, llamada así, quizá por su larga cabellera negra, era la líder, por decirlo de alguna manera, de toda aquella fortaleza y la encargada de instruirnos. No os voy a mentir, es la mujer más extraña que conoceréis y aún así es muy difícil que la veáis alguna vez en vuestra vida. Fría, calculadora, incluso terrorífica. Sabía utilizar la magia y con ella lograba mantenernos "a salvo" del exterior. Mis hermanos afirman que ella es capaz de ver más allá de lo inadvertido y observar los lazos que unen al mundo, incluso de ver el pasado y el futuro.
De no ser por nuestro enorme parecido, os diría que no es más que una loca, cuya aparente soledad fue suficiente como para secuestrar a varios niños y llevarlos a un lugar apartado del que nadie habría escuchado para hacer a saber qué cosas. En más de una ocasión lo he pensado, incluso hoy en día lo he considerado. ¿Soy realmente su hija? Si es así, ¿dónde estaba mi padre?
- Dio su vida por ti.
Sus respuestas sobre mis orígenes, como de costumbre, eran poco reveladoras y por más que insistía, ella me respondía con su silencio y su mirada de pasividad. Como si no le importase apenas nada de lo que yo preguntaba. Una cosa era muy clara, inquietud que nadie se atrevía a preguntar ni a sugerir, si todos éramos hermanos de la misma madre, por las apariencias de cada uno de ellos, era fácil averiguar que teníamos padres muy distintos.
Os lo mostraré a continuación: en primer lugar tenemos a Eneas y Nereida, dos personas de orejas picudas, elfos para vuestra información, y con tatuajes en la cara (si mi memoria no me falla, algo de lo que estoy muy segura, estoy convencida de que ambos tuvieron una etapa en la que no se tatuaron la cara. ¿Sin serlo de nacimiento, habían sido aceptado en algún clan dalishano?); en segundo lugar, Héctor y Daphne, cuya similitud con los dos primeros es evidente, pero con varias diferencias, ellos no llevan tatuajes y visten una indumentaria radicalmente distinta a la de Eneas y Nereida; en tercer lugar, y siendo uno de mis favoritos, Paris y Electra. Ellos no tienen orejas alargadas y son más bajos de lo normal. Uno de ellos tiene una barba que le llega hasta los suelos. En definitiva, humanos muy pequeños, pero comunmente llamados como enanos; por último, Astianacte y yo, ni bajos ni esbeltos, de la misma altura, mismos ojos y con los mismos cabellos negros que los de Ébano.
Menuda familia, ¿verdad? Os puede extrañar que nos llamemos hermanos, pero lo somos. Quizá no del mismo padre, tema tabú por lo visto, pero si de la misma madre. Todos compartimos algún rasgo común con ella, su nariz, sus labios, sus ojos, su cabello… A juzgar por sus ropas y su cambiada actitud, diría que mis hermanos encontraron otro lugar al que llamar hogar al otro lado de las murallas, en el mundo real. Mis hermanos tatuados vestían ropajes de cuero, con telas de color verdes, entremezcladas con delgadas líneas doradas, y piezas de armadura que recordaban a las verdes hojas que describían los libros. También iban acompañados de una larga capa de un tono más oscuro y una capucha que les ayudaba a esconder sus rostros; en cambio, sus semejantes no tatuados, vestían con ropas cuya ornamentación era menor, pero eran trajes muy ajustados y muy flexibles, parece que los hubiesen confeccionado precisamente para ellos; por último, nuestros hermanos más pequeños, en cuanto a tamaño, vestían ropas sucias y siempre acompañados de picos y palas.
Mucho más tarde, descubrí la razón por la que se iban y venían.
De todos los hermanos que éramos, ¿sabéis quiénes estaban dotados para la magia? Exacto, lo habéis adivinado. Ninguno de los anteriores. Astianacte y yo éramos los únicos que heredamos los poderes de nuestra madre. Quizá este fuera el motivo por el cual nunca pudimos salir.
El tiempo pasaba. Días, meses, años… es difícil contar todo el tiempo que permanecía en la biblioteca o en el gran salón. Los poderes mágicos se iban manifestando considerablemente tanto en Astianacte como en mi misma y todo bajo la atenta mirada de nuestra madre, cuya única reacción era asentir lenta y cuidadosamente (no fuese que se rompiese el cuello de tanto movimiento). No encuentro palabras para describir el vínculo que sentía con la energía que fluía a mi alrededor. Estaba ahí, pero no era capaz de controlarla ni siquiera de entenderla ni utilizarla correctamente. Por supuesto, estas inquietudes no me fueron resueltas hasta mucho más adelante y únicamente me debía conformar con un "Pronto. Muy pronto". Suspiraba cada vez que mi madre respondía palabras parecidas.
El suspiro se convirtió en resuello y el ronquido en un fuerte golpe de puerta. Me desperté sobresaltada, mientras mis ojos contemplaban el movimiento el techo. ¿Un terremoto que me hacía volar? No, eran mis dos hermanos enanos, en su actividad favorita de hacerme llevar en brazos. Normalmente lo hacían o bien para divertirse ellos o para llevarme a algún lugar. Intenté quejarme por semejante intrusión, pero me encontré que mi boca estaba vendada. Al oír mis quejas ahogadas, ellos me replicaron con un sonoro "Shhhh, ya llega, ya llega, el tiempo de espera ha terminado". ¿Pero qué clase de familia era ésta que hacia bromas poco graciosas en mitad de la noche?
Por desgracia o no, lo que estaban haciendo distaba mucho de ser una broma de mal gusto. Paris y Electra me bajaron con delicadeza, para luego ponerme de rodillas. Intenté girarme, pero sólo me dio tiempo ver como unas telas oscuras, las que seguramente vestían en ese momento, eran engullidas por la oscuridad. Enfrente de mi, también arrodillado, se encontraba Astianacte. Por su mirada, intuí que estaba preocupado y asustado. Le respondí con una sonrisa y una ceja arqueada. Lo único que me faltaba era tener que aguantar los sollozos de mi hermano.
Fueron unos segundos, o quizás minutos. La oscuridad dio paso a otro tipo de iluminación, rojizo entremezclado con destellos blancos. Nos encontrábamos en una sala extraña, en el techo, como si de lámparas de techo se tratase, colgaban unos prismas de cuarzo rojizo, cuyo color se extendía por la habitación gracias a los rayos de luz de sol que entraban desde los pequeños ventanales del techo. No sé qué me preocupó más, si el hecho de estar en esa sala o ver rayos de sol, cuando en teoría era aún de noche.
Pequeñas pisadas rompieron el silencio. Figuras encapuchadas, seis pude contar, con máscaras que adoptaban rasgos de animales nos observaban. ¿Ahora mis hermanos se dedicaban a disfrazarse para intentar hacer algún tipo de susto? Una nueva figura, enorme, entró en la sala. Vestía una túnica blanca, adornada con líneas doradas que se cruzaban entre sí. En su mano derecha portaba un enorme bastón de madera, cuyos golpes en el suelo hacía retumbar toda la cámara. Había algo en esa nueva figura que me resultaba fascinante. Los ojos de la máscara de dragón. Joyas azuladas que brillaban misteriosamente.
Una simple orden: "Coged vuestras manos y cerrad los ojos". Fue suficiente para obedecerla. Astianacte y yo nos miramos cara a cara, hipnotizados y nos cogimos de la mano. Cerramos los ojos. "Ha legado vuestro momento. Sentid la energía. Liberaos de vuestras cadenas. Sentidla"
Fueron muchas más palabras. Escuchaba su voz, pero sin oírla. Dejé de sentir mi alrededor. Sólo había energía, conocimiento, belleza, sus misterios, sus peligros… quería comprenderlo. Quería dominarlo. Quería… correr.
Duró un segundo, pero lo noté como si me hubiesen dado una paliza. Noté como si me hubiesen atravesado mi corazón de la forma más desgarradora posible. Jadeaba. La cabeza me dolía. ¿Qué demonios me habían hecho? Apreté los dientes, la mandíbula. Era un dolor insoportable. Quería levantarme, quería vomitar, quería gritar… hasta que el dolor cesó y desapareció. Poco a poco, fui recuperando el control de mi respiración. Miré el suelo, cerré los ojos y levanté la cabeza. El horror tomó forma.
Mi hermano, Astianacte, yacía en el suelo, convulsionando dejando escapar una espuma por su boca. Un grito se convirtió en un alarido. Entonces vi su transformación. Su rostro empezó a desfigurarse y a dar paso a una aberración. Su piel se arrugó y cambió de color. Se levantó convertido en un monstruo. Se abalanzó sobre mí. Pero sucedió algo que aún no llego a comprender: me miró a los ojos y me dejó inmediatamente después. Se levantó y rugió en dirección a la figura cuya máscara era un dragón. Antes de que pudiese lanzarse sobre ella, la figura desintegró a mi hermano sin compasión. Los encapuchados se quitaron las máscaras para dar paso a los conocidos rostros de mis hermanos y la figura dragón resultó ser mi madre.
Creo que grité de rabia, aunque lo único que recuerdo fue una profunda oscuridad, hasta que volví a despertar en mi habitación. Abrí los ojos con tal fuerza que mis párpados temblaron, fruncí el ceño y me levanté con cara de pocos amigos. Me fui directa al lugar donde encontraría a mi madre. No sabía qué había pasado, si había sido real o no, pero no me iba a ir de allí, sin algunas explicaciones. Y vaya si las tuve.
Al entrar al gran salón, sólo estaba mi madre. Por primera vez en mucho tiempo me enfrentaba a ella cara a cara sin que hubiese alguien a mi lado. Como habréis pensado en este pequeño relato, mi madre era extraña y sabía perfectamente a lo que venía. No hicieron falta preguntas. Me habló, cuando me detuve ante ella. ¡Ni siquiera me dio tiempo a formular ningún vocablo!
Me explicó quiénes éramos y cuál era nuestra función. Ella utilizó un término que jamás había escuchado, ni siquiera sé si provenía de este mundo, pero lo entendí: observadores. Personas dedicadas a observar los eventos del mundo, sus avances, sus pérdidas, participando o no de ellos, tomando un papel más activo o incluso pasivo, pero sin llegar a alterar el equilibrio. Me explicó el papel de mis hermanos, también observadores, cada pareja en diferentes partes del mundo, estudiando o participando de los eventos que estuviesen acaeciendo.
Tampoco hizo falta que yo preguntase sobre Astianacte. Me habló de él justo después de que yo pensara en él y en lo que creí haber visto.
"Sólo uno podía permanecer y él hizo como tu padre".
Sus palabras seguían manteniendo su aire de pasividad, sin emociones, sin afecto. Había matado a mi hermano, a su hijo y ni siquiera mostró un ápice de sentimientos. Aquello me entristeció. ¿Qué había querido decir con eso?
"Pronto te revelaré tu destino" prosiguió "Antes debes comprender lo que yace oculto y ver más allá de lo inadvertido. Vuelve al lugar que te corresponde".
En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en la biblioteca, a espaldas de la puerta por la que acababa de entrar. Mis músculos estaban tensos, como si algo les hubiese impedido moverse. Intenté abrir la puerta, en vano, pues estaba completamente cerrada. Encima de la mesa había un libro abierto con las páginas en blanco y al lado, tomos que reconocí a simple vista. Era las lecturas cuya palabras me habían resultado imposible de entender. Ahora las palabras me revelaban secretos que desconocía por completo. Un nuevo aprendizaje.
Pasé mucho tiempo sola. No sé cuánto. Desconozco si dormí en algún momento, pero mi mente se encontraba enfrascada en todo aquel conocimiento. Incluso cuando la puerta se abrió por primera vez en mucho tiempo, de la mano de uno de mis hermanos. Hasta que sucedió y por desgracia para mi, no sería la única vez que me pasaría.
¿Os acordáis que os dije al principio que resultaba extraño despertarse al borde de un precipicio y a punto de caer, con un pie levantado? La primera vez de la impresión caí de culo hacia atrás. Lo peor de todo no fue la caída, sino la risa de una persona totalmente desconocida. No era ningún hermano mío, ni mucho menos mi madre. Era un hombre, aunque a veces adoptaba otras formas. Lo llamé Kese'Kan, puesto que no logró recordar su nombre (aunque sinceramente, creo que sí que lo sabe, pero no me lo quiere decir). Desde entonces Kese'Kan estuvo pegado a mi y aparentemente era la única que podía verle. Cada vez que mencionaba su presencia, ellos afirmaban que no veían nada y me instaban a salir de la biblioteca para que me airease.
¿Era posible que estuviese perdiendo la cabeza? No lo parecía, porque sus palabras resultaban muy reales para mi. ¿Qué era entonces? Ni él mismo lo sabía o eso decía. Su "amnesia" me resultaba una excusa difícil de digerir. Peor aún fue cuando empecé a despertar en sitios extraños y a realizar comportamientos inusuales. Tengo la teoría de que él sí sabe quién es, pero no me lo quiere decir y que de alguna u otra forma, cuando no soy consciente o tengo los ánimos por los suelos, es capaz de controlar mi cuerpo.
Un día desperté enfrente de mi madre. Qué sorpresa. Todo temblaba, como si un terremoto estuviese sacudiendo la tierra entera. ¿Se habría levantado mi madre con el pie izquierdo? Una vez más, mis palabras no se manifestaron y las suyas respondieron a mis silenciosas dudas: "Todo ha acabado. Tu destino está junto a los guardas grises. Ahora eres uno de los nuestros y como tal debes cumplir tu cometido. Hasta entonces no podrás volver aquí y cuando lo hagas, busca a los que pertenecen a tu linaje. Sólo así, hallarás el camino de vuelta".
Vientos, olas. Otro parpadeo, el escenario cambió. Las murallas desaparecieron para dar lugar a una gigantesca llanura y en la lejanía, se erigían montañas cuya cima rozaba el cielo. Vi aves, árboles, el mundo. Mi primera reacción fue girarme hacia atrás para encontrarme con ruinas. Ninguna entrada, ningún edificio. Sólo piedras rotas.
- ¿Y qué se supone que debo hacer ahora?
- ¿Acaso no escuchas a tu madre?- dijo una voz en tono burlón, la de Kese'Kan.- Ha dicho que no podrás volver hasta que cumplas tu cometido y una vez lo alcances, los caminos te devolverán a la senda de lo inadvertido. Así que, andando.
Resulta extraño, ¿verdad? Abrir los ojos como cualquier otro día, con los brazos extendidos hacia los costados, como si de una estrella se tratase, y con un pie suspendido en el aire, buscando un escalón invisible, que de antemano os aseguro no hay, y el otro aguantando el peso de mi cuerpo. Enfrente de mí la caída más estrepitosa que cualquier humano, elfo o enano pudiese sufrir. Y desde tal altura, dudo mucho que el mar pudiese frenarme, por no decir la absoluta posibilidad de romperme todos los huesos con las afiladas rocas.
Extravagante, ¿no es así? Por supuesto que lo es. ¿Qué persona no lo consideraría así? ¿Que es eso de irte a la cama y despertarte bajo el interesante sonido de las olas romperse contra la pared de roca justo al borde del acantilado? Pues sabed que eso es algo que me pasa muy a menudo (aunque es cierto, que hacía tiempo que no me pasaba). Y no, quitaos de la cabeza la estúpida posibilidad de que sea malabarista.
- Kese'Kan, ¿otra vez lo mismo? Siempre haces igual. Te he dicho muchas veces que matarme no arreglaría las cosas.
Árboles zarandeados por el viento.
Curiosamente esta vez era diferente. No había acantilado con aguas bravas, sino tierra. Tierra firme, de la que se labra o de la que se hacen caminos de piedra para que unos cuantos personajes disfrazados de forma ridícula anden por ella desprendiendo aires de grandeza. De por si, no me dan miedo las alturas, no es la primera vez que me pasa este fenómeno, aunque una no termina de acostumbrarse a lo irónico que resulta el destino o el azar o algún dios que ha decidido jugar una partida de "Cómo fastidiar celestialmente a un ser humano de la forma más impensable posible" (Sí, lo sé, un título demasiado grande para un juego y dudo mucho que los dioses tengan algo así, pero ¿y si, sí?).
Tampoco me encontraba al borde un acantilado, el lugar era completamente diferente. Un edificio. Y no uno cualquiera, no. "Una enorme fortaleza de guardas grises" recordé. Era la segunda fortaleza más grande que había contemplado, la primera, el lugar de dónde procedo, un espacio que permanecía oculto a simple vista.
Qué irónico resultaba todo.
¿Cómo?¿Que no habéis entendido ni la mitad de lo que he dicho? Comprensible, es algo normal. Hasta yo mismo lo reconozco, pero que le voy a hacer. Aún así, no voy a dejaros con esta sensación de incertidumbre y os lo explicaré todo, en la medida de lo posible.
Me llaman Calíope, pero tengo otro nombre: Kathryne. Tal fue el nombre que mi madre me puso. ¿Por qué hice el cambio? Se le ocurrió en una milésima de segundo a mi ángel, ya que le pareció que era lo mejor, pero ya llegaremos a ese punto y quizá entendáis los motivos. Y si no, no es problema mío.
Antes de que Claudio me "salvase" de la muchedumbre, me ofreciese la posibilidad de unirme a su banda de locos y mucho antes de que iniciase mis andaduras por las tierras que conforman nuestro mundo y sobreviviese a las catástrofes que casi destruyen lo que todos conocíamos, yo vivía "en paz y armonía" en mi hogar, una grandiosa fortaleza, al borde de un acantilado, en mitad de ningún sitio, totalmente despreocupada a lo que había fuera. Era un placer vivir atrapada entre más de cuatro paredes de piedra adornadas con centenares de puertas que conducían a muchos callejones sin salida y a pocas salas de provecho y con pocas personas con las que mantener conversaciones medianamente decentes. Pero a mal tiempo, buena cara.
Crecí entre sus murallas y pasaba la mayor parte del tiempo en su gigantesca biblioteca, equipada con tantos libros que era difícil contarlos con los dedos. Historia antigua, relatos de fantasía, tomos antiguos tapados por el polvo, incluso lecturas ininteligibles, cuyo conocimiento me resultaba imposible de comprender. Mis favoritas eran las que tenían coloridas ilustraciones de fantásticos paisajes y lugares recónditos que te invitaban a ser descubiertos. Desde que leía y releía esos libros, soñaba con visitar esos lugares y en más de una ocasión intenté escaparme, en vano. A medida que crecía, esos sueños infantiles se desvanecieron por completo y en mi interior nacía la creencia de que era mi progenitora quien evitaba que me fugara. ¿Cómo lo hacía? Lo desconozco por completo.
Como habréis supuesto, no era la única en aquel lugar. ¿Cómo una niña como yo por aquel entonces podría mantener ella sola un lugar gigantesco como ese? Junto a mi, tenía una especie de familia numerosa. Una madre y siete hermanos. Aunque si os digo la verdad, pasaba más tiempo con Astianacte y mi madre que con el resto de mis hermanos. Cuando ellos estaban, era siempre un tiempo agradable y era una lástima que no durase eternamente. Suspiraba cuando se marchaban y los días pasaban sin tener noticias de ellos.
Tanto mi hermano como yo éramos los únicos a los que nuestra madre no nos dejaba salir de la fortaleza y eso que no fueron pocos los intentos de fuga por ver el mundo exterior, pero justo cuando decidíamos hacerlo, la fortaleza parecía cobrar vida y lo que antes eran pasadizos conocidos, se convertían en un laberinto cuya entrada era su única salida.
Nuestra madre nunca nos decía la razón por la cual no nos dejaba salir, simplemente "aún no estábamos preparados". Frases similares era lo único que sacábamos en claro. Nuestros otros hermanos, cuando aparecían después de semanas e incluso meses, tampoco nos ayudaban.
- Ya llegará vuestro momento.- decían. Mi hermano Astianacte les seguía el juego y trataba de descubrir las respuestas, en cambio yo, desistí. Nunca me gustó que me hicieran esperar. Lo que no me interesaba o no me aportaba nada en absoluto, lo ignoraba por completo.
Antes de continuar, dejad que hable de mi familia. Nuestra madre, Ébano, llamada así, quizá por su larga cabellera negra, era la líder, por decirlo de alguna manera, de toda aquella fortaleza y la encargada de instruirnos. No os voy a mentir, es la mujer más extraña que conoceréis y aún así es muy difícil que la veáis alguna vez en vuestra vida. Fría, calculadora, incluso terrorífica. Sabía utilizar la magia y con ella lograba mantenernos "a salvo" del exterior. Mis hermanos afirman que ella es capaz de ver más allá de lo inadvertido y observar los lazos que unen al mundo, incluso de ver el pasado y el futuro.
De no ser por nuestro enorme parecido, os diría que no es más que una loca, cuya aparente soledad fue suficiente como para secuestrar a varios niños y llevarlos a un lugar apartado del que nadie habría escuchado para hacer a saber qué cosas. En más de una ocasión lo he pensado, incluso hoy en día lo he considerado. ¿Soy realmente su hija? Si es así, ¿dónde estaba mi padre?
- Dio su vida por ti.
Sus respuestas sobre mis orígenes, como de costumbre, eran poco reveladoras y por más que insistía, ella me respondía con su silencio y su mirada de pasividad. Como si no le importase apenas nada de lo que yo preguntaba. Una cosa era muy clara, inquietud que nadie se atrevía a preguntar ni a sugerir, si todos éramos hermanos de la misma madre, por las apariencias de cada uno de ellos, era fácil averiguar que teníamos padres muy distintos.
Os lo mostraré a continuación: en primer lugar tenemos a Eneas y Nereida, dos personas de orejas picudas, elfos para vuestra información, y con tatuajes en la cara (si mi memoria no me falla, algo de lo que estoy muy segura, estoy convencida de que ambos tuvieron una etapa en la que no se tatuaron la cara. ¿Sin serlo de nacimiento, habían sido aceptado en algún clan dalishano?); en segundo lugar, Héctor y Daphne, cuya similitud con los dos primeros es evidente, pero con varias diferencias, ellos no llevan tatuajes y visten una indumentaria radicalmente distinta a la de Eneas y Nereida; en tercer lugar, y siendo uno de mis favoritos, Paris y Electra. Ellos no tienen orejas alargadas y son más bajos de lo normal. Uno de ellos tiene una barba que le llega hasta los suelos. En definitiva, humanos muy pequeños, pero comunmente llamados como enanos; por último, Astianacte y yo, ni bajos ni esbeltos, de la misma altura, mismos ojos y con los mismos cabellos negros que los de Ébano.
Menuda familia, ¿verdad? Os puede extrañar que nos llamemos hermanos, pero lo somos. Quizá no del mismo padre, tema tabú por lo visto, pero si de la misma madre. Todos compartimos algún rasgo común con ella, su nariz, sus labios, sus ojos, su cabello… A juzgar por sus ropas y su cambiada actitud, diría que mis hermanos encontraron otro lugar al que llamar hogar al otro lado de las murallas, en el mundo real. Mis hermanos tatuados vestían ropajes de cuero, con telas de color verdes, entremezcladas con delgadas líneas doradas, y piezas de armadura que recordaban a las verdes hojas que describían los libros. También iban acompañados de una larga capa de un tono más oscuro y una capucha que les ayudaba a esconder sus rostros; en cambio, sus semejantes no tatuados, vestían con ropas cuya ornamentación era menor, pero eran trajes muy ajustados y muy flexibles, parece que los hubiesen confeccionado precisamente para ellos; por último, nuestros hermanos más pequeños, en cuanto a tamaño, vestían ropas sucias y siempre acompañados de picos y palas.
Mucho más tarde, descubrí la razón por la que se iban y venían.
De todos los hermanos que éramos, ¿sabéis quiénes estaban dotados para la magia? Exacto, lo habéis adivinado. Ninguno de los anteriores. Astianacte y yo éramos los únicos que heredamos los poderes de nuestra madre. Quizá este fuera el motivo por el cual nunca pudimos salir.
El tiempo pasaba. Días, meses, años… es difícil contar todo el tiempo que permanecía en la biblioteca o en el gran salón. Los poderes mágicos se iban manifestando considerablemente tanto en Astianacte como en mi misma y todo bajo la atenta mirada de nuestra madre, cuya única reacción era asentir lenta y cuidadosamente (no fuese que se rompiese el cuello de tanto movimiento). No encuentro palabras para describir el vínculo que sentía con la energía que fluía a mi alrededor. Estaba ahí, pero no era capaz de controlarla ni siquiera de entenderla ni utilizarla correctamente. Por supuesto, estas inquietudes no me fueron resueltas hasta mucho más adelante y únicamente me debía conformar con un "Pronto. Muy pronto". Suspiraba cada vez que mi madre respondía palabras parecidas.
El suspiro se convirtió en resuello y el ronquido en un fuerte golpe de puerta. Me desperté sobresaltada, mientras mis ojos contemplaban el movimiento el techo. ¿Un terremoto que me hacía volar? No, eran mis dos hermanos enanos, en su actividad favorita de hacerme llevar en brazos. Normalmente lo hacían o bien para divertirse ellos o para llevarme a algún lugar. Intenté quejarme por semejante intrusión, pero me encontré que mi boca estaba vendada. Al oír mis quejas ahogadas, ellos me replicaron con un sonoro "Shhhh, ya llega, ya llega, el tiempo de espera ha terminado". ¿Pero qué clase de familia era ésta que hacia bromas poco graciosas en mitad de la noche?
Por desgracia o no, lo que estaban haciendo distaba mucho de ser una broma de mal gusto. Paris y Electra me bajaron con delicadeza, para luego ponerme de rodillas. Intenté girarme, pero sólo me dio tiempo ver como unas telas oscuras, las que seguramente vestían en ese momento, eran engullidas por la oscuridad. Enfrente de mi, también arrodillado, se encontraba Astianacte. Por su mirada, intuí que estaba preocupado y asustado. Le respondí con una sonrisa y una ceja arqueada. Lo único que me faltaba era tener que aguantar los sollozos de mi hermano.
Fueron unos segundos, o quizás minutos. La oscuridad dio paso a otro tipo de iluminación, rojizo entremezclado con destellos blancos. Nos encontrábamos en una sala extraña, en el techo, como si de lámparas de techo se tratase, colgaban unos prismas de cuarzo rojizo, cuyo color se extendía por la habitación gracias a los rayos de luz de sol que entraban desde los pequeños ventanales del techo. No sé qué me preocupó más, si el hecho de estar en esa sala o ver rayos de sol, cuando en teoría era aún de noche.
Pequeñas pisadas rompieron el silencio. Figuras encapuchadas, seis pude contar, con máscaras que adoptaban rasgos de animales nos observaban. ¿Ahora mis hermanos se dedicaban a disfrazarse para intentar hacer algún tipo de susto? Una nueva figura, enorme, entró en la sala. Vestía una túnica blanca, adornada con líneas doradas que se cruzaban entre sí. En su mano derecha portaba un enorme bastón de madera, cuyos golpes en el suelo hacía retumbar toda la cámara. Había algo en esa nueva figura que me resultaba fascinante. Los ojos de la máscara de dragón. Joyas azuladas que brillaban misteriosamente.
Una simple orden: "Coged vuestras manos y cerrad los ojos". Fue suficiente para obedecerla. Astianacte y yo nos miramos cara a cara, hipnotizados y nos cogimos de la mano. Cerramos los ojos. "Ha legado vuestro momento. Sentid la energía. Liberaos de vuestras cadenas. Sentidla"
Fueron muchas más palabras. Escuchaba su voz, pero sin oírla. Dejé de sentir mi alrededor. Sólo había energía, conocimiento, belleza, sus misterios, sus peligros… quería comprenderlo. Quería dominarlo. Quería… correr.
Duró un segundo, pero lo noté como si me hubiesen dado una paliza. Noté como si me hubiesen atravesado mi corazón de la forma más desgarradora posible. Jadeaba. La cabeza me dolía. ¿Qué demonios me habían hecho? Apreté los dientes, la mandíbula. Era un dolor insoportable. Quería levantarme, quería vomitar, quería gritar… hasta que el dolor cesó y desapareció. Poco a poco, fui recuperando el control de mi respiración. Miré el suelo, cerré los ojos y levanté la cabeza. El horror tomó forma.
Mi hermano, Astianacte, yacía en el suelo, convulsionando dejando escapar una espuma por su boca. Un grito se convirtió en un alarido. Entonces vi su transformación. Su rostro empezó a desfigurarse y a dar paso a una aberración. Su piel se arrugó y cambió de color. Se levantó convertido en un monstruo. Se abalanzó sobre mí. Pero sucedió algo que aún no llego a comprender: me miró a los ojos y me dejó inmediatamente después. Se levantó y rugió en dirección a la figura cuya máscara era un dragón. Antes de que pudiese lanzarse sobre ella, la figura desintegró a mi hermano sin compasión. Los encapuchados se quitaron las máscaras para dar paso a los conocidos rostros de mis hermanos y la figura dragón resultó ser mi madre.
Creo que grité de rabia, aunque lo único que recuerdo fue una profunda oscuridad, hasta que volví a despertar en mi habitación. Abrí los ojos con tal fuerza que mis párpados temblaron, fruncí el ceño y me levanté con cara de pocos amigos. Me fui directa al lugar donde encontraría a mi madre. No sabía qué había pasado, si había sido real o no, pero no me iba a ir de allí, sin algunas explicaciones. Y vaya si las tuve.
Al entrar al gran salón, sólo estaba mi madre. Por primera vez en mucho tiempo me enfrentaba a ella cara a cara sin que hubiese alguien a mi lado. Como habréis pensado en este pequeño relato, mi madre era extraña y sabía perfectamente a lo que venía. No hicieron falta preguntas. Me habló, cuando me detuve ante ella. ¡Ni siquiera me dio tiempo a formular ningún vocablo!
Me explicó quiénes éramos y cuál era nuestra función. Ella utilizó un término que jamás había escuchado, ni siquiera sé si provenía de este mundo, pero lo entendí: observadores. Personas dedicadas a observar los eventos del mundo, sus avances, sus pérdidas, participando o no de ellos, tomando un papel más activo o incluso pasivo, pero sin llegar a alterar el equilibrio. Me explicó el papel de mis hermanos, también observadores, cada pareja en diferentes partes del mundo, estudiando o participando de los eventos que estuviesen acaeciendo.
Tampoco hizo falta que yo preguntase sobre Astianacte. Me habló de él justo después de que yo pensara en él y en lo que creí haber visto.
"Sólo uno podía permanecer y él hizo como tu padre".
Sus palabras seguían manteniendo su aire de pasividad, sin emociones, sin afecto. Había matado a mi hermano, a su hijo y ni siquiera mostró un ápice de sentimientos. Aquello me entristeció. ¿Qué había querido decir con eso?
"Pronto te revelaré tu destino" prosiguió "Antes debes comprender lo que yace oculto y ver más allá de lo inadvertido. Vuelve al lugar que te corresponde".
En un abrir y cerrar de ojos, me encontraba en la biblioteca, a espaldas de la puerta por la que acababa de entrar. Mis músculos estaban tensos, como si algo les hubiese impedido moverse. Intenté abrir la puerta, en vano, pues estaba completamente cerrada. Encima de la mesa había un libro abierto con las páginas en blanco y al lado, tomos que reconocí a simple vista. Era las lecturas cuya palabras me habían resultado imposible de entender. Ahora las palabras me revelaban secretos que desconocía por completo. Un nuevo aprendizaje.
Pasé mucho tiempo sola. No sé cuánto. Desconozco si dormí en algún momento, pero mi mente se encontraba enfrascada en todo aquel conocimiento. Incluso cuando la puerta se abrió por primera vez en mucho tiempo, de la mano de uno de mis hermanos. Hasta que sucedió y por desgracia para mi, no sería la única vez que me pasaría.
¿Os acordáis que os dije al principio que resultaba extraño despertarse al borde de un precipicio y a punto de caer, con un pie levantado? La primera vez de la impresión caí de culo hacia atrás. Lo peor de todo no fue la caída, sino la risa de una persona totalmente desconocida. No era ningún hermano mío, ni mucho menos mi madre. Era un hombre, aunque a veces adoptaba otras formas. Lo llamé Kese'Kan, puesto que no logró recordar su nombre (aunque sinceramente, creo que sí que lo sabe, pero no me lo quiere decir). Desde entonces Kese'Kan estuvo pegado a mi y aparentemente era la única que podía verle. Cada vez que mencionaba su presencia, ellos afirmaban que no veían nada y me instaban a salir de la biblioteca para que me airease.
¿Era posible que estuviese perdiendo la cabeza? No lo parecía, porque sus palabras resultaban muy reales para mi. ¿Qué era entonces? Ni él mismo lo sabía o eso decía. Su "amnesia" me resultaba una excusa difícil de digerir. Peor aún fue cuando empecé a despertar en sitios extraños y a realizar comportamientos inusuales. Tengo la teoría de que él sí sabe quién es, pero no me lo quiere decir y que de alguna u otra forma, cuando no soy consciente o tengo los ánimos por los suelos, es capaz de controlar mi cuerpo.
Un día desperté enfrente de mi madre. Qué sorpresa. Todo temblaba, como si un terremoto estuviese sacudiendo la tierra entera. ¿Se habría levantado mi madre con el pie izquierdo? Una vez más, mis palabras no se manifestaron y las suyas respondieron a mis silenciosas dudas: "Todo ha acabado. Tu destino está junto a los guardas grises. Ahora eres uno de los nuestros y como tal debes cumplir tu cometido. Hasta entonces no podrás volver aquí y cuando lo hagas, busca a los que pertenecen a tu linaje. Sólo así, hallarás el camino de vuelta".
Vientos, olas. Otro parpadeo, el escenario cambió. Las murallas desaparecieron para dar lugar a una gigantesca llanura y en la lejanía, se erigían montañas cuya cima rozaba el cielo. Vi aves, árboles, el mundo. Mi primera reacción fue girarme hacia atrás para encontrarme con ruinas. Ninguna entrada, ningún edificio. Sólo piedras rotas.
- ¿Y qué se supone que debo hacer ahora?
- ¿Acaso no escuchas a tu madre?- dijo una voz en tono burlón, la de Kese'Kan.- Ha dicho que no podrás volver hasta que cumplas tu cometido y una vez lo alcances, los caminos te devolverán a la senda de lo inadvertido. Así que, andando.
Suspiré. No había vuelta atrás.
Me ha parecido un relato bastante interesante por la intriga que tiene. Lo que me he reído al leer los nombres e imaginarme a los personajes mitológicos en tu historia no tiene precio.
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