La Llegada (II)
"Continuación del relato "La Llegada", cuya primera parte podéis encontrar aquí (o simplemente bajando un poco por la página, que no está muy lejos). La Llegada es una historia que presenté a un concurso de relato histórico hace varios años."
El buque mercante afrontaba su quinto día de navegación después de partir de Rodas con tres docenas de pasajeros para dirigirse a Atenas, una de las ciudades más importantes de la Hélade, pero cuya paz estaba siendo truncada debido a las fuertes tensiones con su vecina Esparta. Los pasajeros del navío charlaban entre ellos sobre los últimos devenires de Grecia, sobre proyectos de futuro o proyectos fallidos, de negocios que les había reportado grandes beneficios en Rodas o que habían sido un fracaso. Otros comentaban sobre qué tragedia les había impactado más y comparaban a Eurípides y a Sófocles para determinar al mejor tragediógrafo de la ciudad, siendo este último el vencedor. También había espacio para dictaminar cuál había sido la comedia más divertida y delirante del genial Aristófanes.
De este modo, la mayoría de pasajeros dejaba pasar el tiempo, a la espera de volver a poner el pie en tierra y proseguir con sus vidas. En cambio, durante ese viaje por mar había un hombre, ajeno a toda conversación, que se apoyaba en la borda de la nave para contemplar el mar. Estaba inquieto. No le gustaba viajar por mar y siempre que lo hacía sentía miedo por su vida. Terribles ideas acudían a su mente, todas ellas relacionadas con un posible naufragio provocando su muerte.
Siempre había sido así. Cuando era pequeño su padre le contaba la conocida leyenda de Odiseo, el ingenioso Odiseo que tardó 20 años en regresar a su patria querida y reencontrarse con su amor Penélope. De ese mito, nació su miedo a Poseidón y a su ira, así como a los peligros del mar o a las islas habitadas por cíclopes o sirenas. Temía que los navíos naufragasen y que él encontrase el descanso eterno en el fondo del océano. O peor, temía quedarse atrapado en una isla habitada por horrendas criaturas que le impedían escapar y regresar a su cálido hogar. Y a diferencia de los grandes héroes griegos, quienes serían capaces de sobrevivir en las tierras más peligrosas, él serviría de alimento para las fieras.
El buque mercante afrontaba su quinto día de navegación después de partir de Rodas con tres docenas de pasajeros para dirigirse a Atenas, una de las ciudades más importantes de la Hélade, pero cuya paz estaba siendo truncada debido a las fuertes tensiones con su vecina Esparta. Los pasajeros del navío charlaban entre ellos sobre los últimos devenires de Grecia, sobre proyectos de futuro o proyectos fallidos, de negocios que les había reportado grandes beneficios en Rodas o que habían sido un fracaso. Otros comentaban sobre qué tragedia les había impactado más y comparaban a Eurípides y a Sófocles para determinar al mejor tragediógrafo de la ciudad, siendo este último el vencedor. También había espacio para dictaminar cuál había sido la comedia más divertida y delirante del genial Aristófanes.
De este modo, la mayoría de pasajeros dejaba pasar el tiempo, a la espera de volver a poner el pie en tierra y proseguir con sus vidas. En cambio, durante ese viaje por mar había un hombre, ajeno a toda conversación, que se apoyaba en la borda de la nave para contemplar el mar. Estaba inquieto. No le gustaba viajar por mar y siempre que lo hacía sentía miedo por su vida. Terribles ideas acudían a su mente, todas ellas relacionadas con un posible naufragio provocando su muerte.
Siempre había sido así. Cuando era pequeño su padre le contaba la conocida leyenda de Odiseo, el ingenioso Odiseo que tardó 20 años en regresar a su patria querida y reencontrarse con su amor Penélope. De ese mito, nació su miedo a Poseidón y a su ira, así como a los peligros del mar o a las islas habitadas por cíclopes o sirenas. Temía que los navíos naufragasen y que él encontrase el descanso eterno en el fondo del océano. O peor, temía quedarse atrapado en una isla habitada por horrendas criaturas que le impedían escapar y regresar a su cálido hogar. Y a diferencia de los grandes héroes griegos, quienes serían capaces de sobrevivir en las tierras más peligrosas, él serviría de alimento para las fieras.
Su único deseo era regresar sano y salvo a su amada tierra. Volver a su cálido hogar y
dejar pasar el tiempo contemplando el atardecer. Vivir ajeno a los problemas cotidianos,
en calma y sin preocupaciones. Relajarse junto a su familia. Pero una fuerza mayor le
obligaba, de vez en cuando, a realizar diversos trayectos por el mar. Aunque se armaba
de valor, era el período de tiempo que más odiaba.
A veces se paseaba por el navío y escuchaba conversaciones de los pasajeros, pero siempre con un ojo mirando el horizonte, deseando ver tierra. Desde que habían partido del puerto, ni una mísera montaña había podido divisar en la lejanía y aquello le ponía nervioso. Era la rutina con la que lidiaba, práctica que acabó siendo pesada para él. Como consecuencia, el paso del tiempo se hacía más lento.
Pasaron los minutos y las horas. Cayó la noche. En los camarotes dormían la mayoría de los tripulantes. Excepto uno solo que no conciliaba el sueño. Ni siquiera los golpes del agua al chocar con la quilla conseguían relajarlo. Aquella noche estaba muy preocupado. Truenos en la lejanía. A su mente le vino el recuerdo de Odiseo y sus desventuras por el mar. Respiraba agitadamente, incluso rivalizaba con los ronquidos más fuertes. Poco a poco, su cuerpo se fue relajando, el sueño se apoderó de él. Lo último que escuchó antes de que sus ojos se cerrasen fue el temblor de la lejana tormenta.
Un fuerte crujido le despertó. Un relámpago iluminó hasta el rincón más oscuro de la nave mercante. El cielo, oculto bajo una gruesa manta de nubes negras, se partió en dos.
A veces se paseaba por el navío y escuchaba conversaciones de los pasajeros, pero siempre con un ojo mirando el horizonte, deseando ver tierra. Desde que habían partido del puerto, ni una mísera montaña había podido divisar en la lejanía y aquello le ponía nervioso. Era la rutina con la que lidiaba, práctica que acabó siendo pesada para él. Como consecuencia, el paso del tiempo se hacía más lento.
Pasaron los minutos y las horas. Cayó la noche. En los camarotes dormían la mayoría de los tripulantes. Excepto uno solo que no conciliaba el sueño. Ni siquiera los golpes del agua al chocar con la quilla conseguían relajarlo. Aquella noche estaba muy preocupado. Truenos en la lejanía. A su mente le vino el recuerdo de Odiseo y sus desventuras por el mar. Respiraba agitadamente, incluso rivalizaba con los ronquidos más fuertes. Poco a poco, su cuerpo se fue relajando, el sueño se apoderó de él. Lo último que escuchó antes de que sus ojos se cerrasen fue el temblor de la lejana tormenta.
Un fuerte crujido le despertó. Un relámpago iluminó hasta el rincón más oscuro de la nave mercante. El cielo, oculto bajo una gruesa manta de nubes negras, se partió en dos.
El oleaje zarandeaba el barco con violencia, las aguas chocaban contra la madera y ésta
rugía de dolor. Pequeños boquetes en las paredes permitían la entrada del líquido
marino. Los peores temores del hombre se habían cumplido. Literas vacías. Se vio sólo.
Los nervios se apoderaron de él. Rápidamente se levantó y salió del habitáculo. Debía alcanzar la cubierta y hallar el modo de salvarse. No quería morir en el mar, no quería perecer. Sus piernas se detuvieron, presas del miedo, al ver sepultados bajo unos tablones de madera, varios cuerpos. Los brazos que sobresalían estaban manchados de sangre y no daban señales de vida. Sin saber qué hacer, echó a correr, ignorando también los gritos de otro individuos que pedían desesperadamente ayuda.
Pero al alcanzar la cubierta, poco tiempo necesitó para comprender que no había escapatoria. Toda resistencia era inútil. Poseidón había desatado su ira sobre el navío. Era el final para todos. La tormenta con vientos huracanados. El aliento de la lluvia golpeaba con fuerza el rostro del hombre, como si fuese granizo. Los miembros de la tripulación que también se encontraban en la cubierta eran arrastrados y lanzados a las salvajes y turbulentas aguas. El hombre contempló horrorizado cómo el timonel fue arrancado de su puesto de trabajo por culpa de un rayo que había caído encima de él. Los gritos se perdieron en la tormenta, al igual que los quejidos de tortura que profería la moribunda nave.
Otro rayo partió el mástil. La fuerza del golpe fue tal que las astillas salieron disparadas en todas direcciones, convirtiéndose en flechas. El hombre, petrificado por el terrible espectáculo, fue ensartado por una de ellas. Perdió el equilibrio, dejando que el viento le arrastrase hacia el mar.
Allí era donde la muerte le esperaba.
Los nervios se apoderaron de él. Rápidamente se levantó y salió del habitáculo. Debía alcanzar la cubierta y hallar el modo de salvarse. No quería morir en el mar, no quería perecer. Sus piernas se detuvieron, presas del miedo, al ver sepultados bajo unos tablones de madera, varios cuerpos. Los brazos que sobresalían estaban manchados de sangre y no daban señales de vida. Sin saber qué hacer, echó a correr, ignorando también los gritos de otro individuos que pedían desesperadamente ayuda.
Pero al alcanzar la cubierta, poco tiempo necesitó para comprender que no había escapatoria. Toda resistencia era inútil. Poseidón había desatado su ira sobre el navío. Era el final para todos. La tormenta con vientos huracanados. El aliento de la lluvia golpeaba con fuerza el rostro del hombre, como si fuese granizo. Los miembros de la tripulación que también se encontraban en la cubierta eran arrastrados y lanzados a las salvajes y turbulentas aguas. El hombre contempló horrorizado cómo el timonel fue arrancado de su puesto de trabajo por culpa de un rayo que había caído encima de él. Los gritos se perdieron en la tormenta, al igual que los quejidos de tortura que profería la moribunda nave.
Otro rayo partió el mástil. La fuerza del golpe fue tal que las astillas salieron disparadas en todas direcciones, convirtiéndose en flechas. El hombre, petrificado por el terrible espectáculo, fue ensartado por una de ellas. Perdió el equilibrio, dejando que el viento le arrastrase hacia el mar.
Allí era donde la muerte le esperaba.
Mmmmm.... me ha gustado, pero he de decir que la primera parte fue más entretenida. Es decir, has pasado más de medio relato explicando que tiene miedo al mar, pero sólo un par de párrafos para explicar la catástrofe. Debería ser al contrario.
ResponderEliminarPero, excepto eso, sigues captando mi antención!
Atención*
Eliminar"El hombre contempló horrorizado cómo el timonel fue arrancado de su puesto de trabajo por culpa de un rayo que había caído encima de él" Solo por esto vale la pena leer el relato.
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