Lynariel
"Los árboles caen.
Marchitos.
Sin vida.
Marchitos.
Sin vida.
Las raíces se convierten en ceniza.
Un fuego oscuro avanza sin descanso por los estrechos caminos, arrasando todo lo que ve y toca. Nadie ni nada es capaz de escapar del infierno, desatado desde el cielo.
Las estrellas ya no están.
Un fuego oscuro avanza sin descanso por los estrechos caminos, arrasando todo lo que ve y toca. Nadie ni nada es capaz de escapar del infierno, desatado desde el cielo.
Las estrellas ya no están.
Desaparecidas bajo un manto grisáceo y negro, descienden desde las nubes.
La noche ya ha dejado de lado su paz. Consigo ha traído la aniquilación total.
Ha despertado su ira, su odio. Ha iniciado su desolación, su arte de destrucción, su castigo divino.
La noche ya ha dejado de lado su paz. Consigo ha traído la aniquilación total.
Ha despertado su ira, su odio. Ha iniciado su desolación, su arte de destrucción, su castigo divino.
Los bosques se desmoronan, destruidos por las estrellas o carbonizados por el fuego. Ellos sufren por disputas celestiales.
Nuestro clan, mi hogar, empieza a morir. Mis hermanos, mi pueblo,
tratan de correr; muchos caen, atravesados por flechas negras, otros
intentan defenderse a duras penas, las madres lloran por sus hijos
muertos, jóvenes y adultos intentan sin éxito proteger a los suyos.
Y yo me encuentro en el epicentro de aquella catástrofe. A mi alrededor la muerte se da un festín con las almas de mis hermanos. Una lluvia de fuego golpea tierra y vegetación. Los gritos empiezan a extinguirse.
Y yo me encuentro en el epicentro de aquella catástrofe. A mi alrededor la muerte se da un festín con las almas de mis hermanos. Una lluvia de fuego golpea tierra y vegetación. Los gritos empiezan a extinguirse.
La niebla se esparce por todo el bosque y de ella aparecen
figuras monstruosas. Me rodean, aúllan. La vida llora, agoniza.
Las cenizas todo lo queman.
Una páramo yermo desolador es todo lo que queda. Siento el frío de la muerte envolviéndome, mientras ellos se acercan.
Las cenizas todo lo queman.
Una páramo yermo desolador es todo lo que queda. Siento el frío de la muerte envolviéndome, mientras ellos se acercan.
Me oprime, me asfixia.
Pero el fin nunca llega.
El dolor cesa y los monstruos desaparecen.
Ante mi, una figura vagamente humana me tiende la mano, para después ser engullidos por una esfera oscura."
Pero el fin nunca llega.
El dolor cesa y los monstruos desaparecen.
Ante mi, una figura vagamente humana me tiende la mano, para después ser engullidos por una esfera oscura."
Me consideraban dalishana, más aún sabiendo que no nací como los
demás. Quizá ese sea el motivo por el que ninguna divinidad acudía a mi
llamada. Ni siquiera Andruil o Mythal. Tampoco Dirthamen, cuyas
enseñanzas me hicieron querer y respetar a los míos. De todas los
aprendizajes que practiqué, ninguno me ha sido reflejado en mi trance.
Sólo augurios o tal vez recuerdos del pasado. ¿Cómo podía, pues,
completar mi Vallaslin?
Tal vez nunca estuve destinada a tal cosa. Recuerdo con añoranza
tiempos pasados en los que dábamos nuestros primeros pasos, aprendíamos a
amar y agradecer todo aquello que nos envolvía, trenzábamos nuestros
cabellos, escuchábamos junto a las hogueras a los más ancianos o los
momentos que aguardábamos la madurez. Siempre me han tratado como si
fuese su propia hija, como si fuese una más del clan, pese a que yo no
formara parte de él.
El lugar del que procedo es un enigma para mi. Nuestra custodia, a
quien llamo Madre, me contó que los exploradores me encontraron en una
pequeña cesta que descendía por el río. Entre mis brazos y colgado en mi
cuello conservaba un amuleto, cuya procedencia es una intriga. Aún así,
es la única conexión que tengo de mis verdaderos padres.
Como nómadas hemos vivido siempre alejados de las ciudades o pueblos
humanos. Hemos recorrido vastas llanuras, desiertos sin fin, montañas
que tocaban los cielos y bosques repletos de belleza y peligros.
Permanecemos en la tierra que pisamos en paz, pero no siempre ha sido
así. Tiempos oscuros han azotado no sólo donde permanecíamos sino el
resto de tierras.
Era joven y pequeña cuando Padre, el capitán de nuestros guerreros,
se marchó junto a un destacamento. Madre me explicó que habían sido
convocados para luchar junto a otros hermanos contra la ruina que
azotaba Ferelden. Quise evitarlo, más mis lágrimas no sirvieron.
Recuerdo cómo me sonrió y susurró. Como promesa de su regreso me dejó su
amuleto de la suerte. Pese a la victoria, muy pocos volvieron. Él nunca
lo hizo, pero sé que está ahí fuera en algún lugar. Mi corazón así
quiere creerlo.
El tiempo no se detuvo y los años se sucedieron uno tras otro.
Nuestra tribu permaneció en calma entre tanto, mientras yo crecía.
Aprendí el arte de la espada, de la lucha individual, de anteponer mi
propio bienestar para proteger a mis seres queridos y a mi propio clan;
aprendí a respetar todo lo que nos rodea a niveles espirituales y a ser
uno con la tierra. Me eduqué al estilo dalishano bajo la atenta mirada
de Madre.
Llega un momento en la vida de un dalishano en el que debe emprender
un viaje espiritual y purificador. Según la enseñanza de mi pueblo, éste
es el modo de alcanzar la madurez. Lo llaman Vallaslin, el sagrado rito
de nuestras marcas faciales. Mi madurez se postergó, pues la ira del
cielo se abatió sobre la tierra. Caos que trajo consigo confusión y a su
vez, conflictos y dolor. Madre tomó la decisión de permanecer unidos,
de alejarse para sobrevivir, de ir de un lado a otro. Desierto, montaña o
vegetación, allí donde la ira celestial no nos alcanzase.
Fue entonces cuando vivimos más aislados que nunca, ajenos de lo que
ocurría a nuestro alrededor. Me sentí atrapada y cautiva, más el férreo
control de Madre nos encarcelaba. Era un pájaro enjaulado. Día y noche
permanecíamos en el asentamiento, sólo aquellos con más experiencia se
les permitía buscar recursos.
En todo momento rezaba a Mythal para que todo acabase. Y así ocurrió.
A medio camino de nuestro nuevo peregrinaje hacia el bosque, la grieta
se cerró. Los rumores sobre una organización llamada Inquisición eran
llevados por el viento y volaban de poblado en poblado. Habíamos sido
testigos de la casi destrucción del mundo. Si la crisis nos hubiese
alcanzado, ¿cómo habría podido proteger a los míos? Una vez establecidos
y sin más dilación, pedí a Madre prepararme para realizar el rito de
madurez.
¿Qué mejor que el claro de un bosque para encontrar la paz y
facilitar la meditación? Respiré hondo y cerré los ojos. Nada vino a mi,
salvo una visión de dolor y sufrimiento. Desperté y dejé escapar el
aliento que había contenido. Aquello fue el inicio de un cambio.
Mi nombre fue pronunciado. ¿Cuánto tiempo había estado en trance?
Thalessin, mi amado, me reclamó con signos de desesperación. Sus dos
hermanos y hermana pequeña habían desaparecido. Thane había alertado a
los exploradores y a la Custodia. Su búsqueda por el momento no había
encontrado el éxito. Aún con la visión en la mente, ambos nos pusimos en
marcha para buscar por nuestra cuenta. Primero era encontrarles,
después le contaría lo que había visto.
Desconozco el tiempo que estuvimos buscando pero fue en vano. No
encontramos rastro alguno, ni tampoco señales de vida. Anocheció y
entonces, por pura casualidad, hallamos un indicio de su presencia.
Frente a lo que parecía una entrada a una cueva, vimos un amuleto que
Thane reconoció. Era de su hermana. Con sólo mirarnos a los ojos, ambos
decidimos entrar.
Era oscura y tétrica. Una corriente fría nos acompañó mientras nos
adentrábamos. De pronto una niebla nos envolvió y nos separó. La tierra
cambió a un suelo de piedra, al igual que las paredes naturales que en
piedra se tornaron. Miré a mi alrededor y al levantar la cabeza, escuché
unos sollozos.
Enfrente de un tallado de piedra y rodeado de runas de aspecto
élfico, una figura con túnica verde y marrón estaba de rodillas. Susurré
el nombre de la hermana de Thane, pero no obtuve respuesta. A medida
que avanzaba, sus sollozos eran más claros. Al postrarme junto a la
figura, observé horrorizada que quien lloraba tenía el aspecto
cadavérico de quien fue una elfa dalishana. Y lo que una vez fue, dejó
de ser. El cuerpo en polvo se convirtió.
Instantes después, luces de un color azulado bañaron la sala,
mientras el tallado de piedra cobró vida. Un tentáculo oscuro alcanzó mi
brazo izquierdo. Noté como si millones de cuchillas se clavasen en mi
piel. Lineas oscuras aparecieron entre mis dedos y de forma serpenteante
se extendieron por mi mano y brazo. El dolor se incrementaba, apenas
podía articular sonido alguno.
Me sentí débil cuando cesó. Me sentí incapaz de moverme cuando vi una
figura azabache de aspecto humanoide acercándose a mi. Era
hipnotizante. Percibí su fría mirada y su rostro pegado al mío.
Experimenté el fin de mi vida. Pero un fuerte golpe me devolvió a la
realidad. Me encontraba en el suelo, mi hombro me ardía de dolor y
enfrente mía, Thane gritaba al ser engullido por aquel ser oscuro. Por
última vez vi sus ojos azules.
La criatura dio sus primeros pasos hacia mi con el brazo levantado.
El terror me obligó a huir. Corrí por los interminables pasillos hasta
alcanzar el exterior. Llovía. No acusé el cansancio, corrí
apresuradamente. Tropecé. El dolor del hombro se agrandaba. Susurros
entre los árboles y las sombras. Un mal había sido despertado. Madre
debía ser advertida. No sé cómo regresé, pero lo que sucedió fue aún más
caótico. Un vendaval trajo consigo la caída de las hojas. Llegaron poco
después. Sombras que atacaban a los míos y en el epicentro, el ente
oscuro adoptó una rostro conocido: Thalessin. Pero donde una vez hubo
amor, ahora había odio. No, no podía ser él. Él no mataría a su propio
clan. Recuerdo enfrentrarme a él, blandir mi espada contra mi amado,
desmayarme tras haber sentido una descarga. Recuerdo ver unas botas
delante de mí antes de cerrar los ojos. ¿Padre?
Desperté pocos días después. Nuestro asentamiento sufrió muchas bajas
y casi lo perdimos todo. Madre me contó lo que sucedió, lo que hice.
Según dijeron, estaba frente al demonio, con la espada levantada. De
pronto grité de dolor. Rompí la espada con sólo apretarla y al levantar
mi brazo izquierdo, se mostraron unas marcas negras que descargaron un
torrente de energía que impactó en el ente, lo cual le hizo huir. Ahí me
desmayé, pero gracias a los antiguos, unos hombres aparecieron y
ayudaron a combatir a los seres restantes. Eran los guardias grises.
Mientras dormía, Madre me examinó y encontró el origen de las marcas
negras. Un tatuaje de simbología extraña, que se extendía y consumía a
su portador. Le conté lo que sucedió días antes y tras mirarme durante
unos minutos me comunicó lo que había decidido. No había marcha atrás.
Le pidió al guarda gris llamado Crawford que me llevara con él. No tuve
ni voz ni voto. La decisión había sido tomada.
De la noche a la mañana todo había cambiado. La despedida fue triste y
no pude prometerles que volvería. Me marché con un nudo en la garganta.
Crawford me consoló y explicó lo que iba a pasar. Semanas después, me
despertó en los albores de la noche. La Iniciación daba comienzo. Mi
propio rito de madurez empezaba. El hombre me ofreció la copa. La cogí,
no sin antes ver varias hojas desprenderse de los árboles. Era un mal
augurio, pues cada vez que veo caer una hoja siento que la muerte acecha
a mis espaldas.
Grande has cumplido tu palabra, de Gabi y Jordi.
ResponderEliminarJejejeje, y sólo es el principio!!! :D
EliminarGracias por leer! :)